Ovnis y ética: cuando la mentira mata la credibilidad

Ilustración de el experimento social.


    He decidido escribir sobre un tema incómodo, pero necesario: la ética investigativa en un campo donde las pasiones suelen sobrepasar a la razón. No daré nombres, no porque me falte valentía, sino porque la gravedad del asunto supera la anécdota personal. Lo que importa aquí no es el “quién”, sino el “qué”.

Quiero dejar algo en claro desde el principio: fabricar una fotografía de un supuesto objeto volador no identificado y difundirla como prueba auténtica no es un experimento social. Es un fraude. Y defenderlo bajo ese eufemismo es, para mí, un acto de cinismo que raya en lo dantesco. Un engaño deliberado jamás puede disfrazarse de investigación.

Sé que hay quienes inventan, tergiversan o montan relatos para entretener o ganar notoriedad. Eso existe y no sorprende. Pero otra cosa, muy distinta y mucho más grave, es entregar una pieza visual como si fuera evidencia fiel. Ese gesto no suma, intoxica. Le añade más ruido a una casuística ya saturada de registros dudosos que oscurecen en vez de aclarar. Pretender que esa “intención investigativa” aporte algo es equivalente a apagar un incendio con bencina.

Lo peor es que no se trata solo de un daño hacia afuera, hacia el colectivo que busca comprender con seriedad estos fenómenos. También genera conflicto hacia adentro. He visto cómo quienes impulsan estas farsas terminan perdiendo credibilidad incluso entre sus propios cercanos. No hay método, no hay control, no hay sujeto A, ni B, ni C. No hay placebo, ni contraste, ni rigor alguno. Lo que hay es mentira, manipulación y ocio mal entendido.

Experimento social


    No busco exagerar. Pero estoy convencido de que la ética en la investigación —cualquiera sea el tema— es un pilar irrenunciable. Sin ella, todo se convierte en un juego de sombras donde nadie gana. Y, en un terreno ya vulnerable a la especulación y al mito, cada fraude disfrazado de “experimento” no hace más que hundir la posibilidad de comprender con seriedad lo que, de verdad, merece ser investigado.

Detalle del experimento social


   Y es aquí donde quiero detenerme. Porque estas cosas no solo desencantan a quien escribe, sino también a muchos otros, especialmente a quienes todavía creen en una investigación seria. La imagen de un colectivo investigativo queda pésimamente mal parada por culpa de estos “detalles”, innecesarios por lo demás. E independiente de que un ufólogo haya creído y mostrado como real la fotografía, lo cierto es que aquí se mintió: se mintió por figurar, por no tener más contenido, o simplemente por irresponsabilidad.


Imagen: internet


  El tema ovni es serio, existan o no estas supuestas naves de origen desconocido. Muy distinto es trabajar con esmero, incluso con la precariedad de un equipo de bajo costo, pero con la convicción de hacer las cosas bien. Esa diferencia marca la frontera entre la seriedad y la burla. Lo más triste es que quienes defienden el supuesto “experimento social” terminan marcados, manchados, quemados, autofunados. Y ni hablar de los perpetradores: su legado no es ni simpático, ni agradable, ni de aporte. No ayuda en nada.

Lo que queda es una amarga lección: cada vez que se elige la mentira bajo el disfraz de investigación, no solo se pierde credibilidad personal, se erosiona la confianza colectiva. Y en un campo que ya carga con tanto escepticismo, ese daño no se borra fácil.

La verdad, por incómoda que sea, siempre construye; la mentira, aunque brille un instante, siempre destruye.


"La mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse los zapatos."

                                 Jonathan Swift, escritor y ensayista.












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